Un toque de queda tácito se ha impuesto en la ciudad japonesa de Fukushima que, a poco más de 60 kilómetros de su inestable central nuclear, vive hoy sumida en el silencio, entre constantes réplicas del seísmo y escasez de agua.
El lugar más bullicioso de esta ciudad paralizada por la tragedia del día 11 es el centro de emergencias que coordina a los equipos encargados de rescatar a las víctimas del brutal tsunami y facilita información sobre la central nueclar de Fukushima.
Militares, personal de rescate, funcionarios y periodistas corretean por pasillos y oficinas en busca de las últimas noticias que llegan desde la costa, donde ciudades como Soma o Iwaki han sido prácticamente borradas del mapa.
Hasta el momento han aparecido 269 cadáveres en la provincia de Fukushima, aunque la cifra de fallecidos podría aumentar pues hay 1.192 desaparecidos, mientras que 104.000 personas han sido evacuadas y han perdido su hogar.
En la ciudad de Fukushima solo unos pocos supermercados permanecen abiertos y cada vez circulan menos coches ante la absoluta ausencia de combustible, reservado ya para los equipos de emergencia y convoyes especiales.
El lugar más bullicioso de esta ciudad paralizada por la tragedia del día 11 es el centro de emergencias que coordina a los equipos encargados de rescatar a las víctimas del brutal tsunami y facilita información sobre la central nueclar de Fukushima.
Militares, personal de rescate, funcionarios y periodistas corretean por pasillos y oficinas en busca de las últimas noticias que llegan desde la costa, donde ciudades como Soma o Iwaki han sido prácticamente borradas del mapa.
Hasta el momento han aparecido 269 cadáveres en la provincia de Fukushima, aunque la cifra de fallecidos podría aumentar pues hay 1.192 desaparecidos, mientras que 104.000 personas han sido evacuadas y han perdido su hogar.
En la ciudad de Fukushima solo unos pocos supermercados permanecen abiertos y cada vez circulan menos coches ante la absoluta ausencia de combustible, reservado ya para los equipos de emergencia y convoyes especiales.
Es imposible conseguir alimentos frescos y las repisas vacías de los "combini", que han dejado de abrir sus habituales 24 horas, son un deprimente ejemplo de lo vulnerable que es un país como Japón, famoso por sus luces y la viveza de sus grandes ciudades.
Los helicópteros de las Fuerzas de Auto Defensa sobrevuelan la ciudad con mayor frecuencia y la atmósfera que se respira confirma que Japón vive días similares a los de la II Guerra Mundial.
Las constantes réplicas ya no sorprenden a unos residentes refugiados en sus casas, sin agua corriente e incomunicados por la falta de transporte ferroviario, cuyo único consuelo es que ya no hay apagones de luz, al menos en el centro.
Lo peor se encuentra en la costa azotada por el tsunami, convertida en un caos de lodo y escombros, donde poco a poco se extinguen las esperanzas de encontrar supervivientes y espera un largo trabajo de reconstrucción.
Mikiko Yamasawa, periodista de la televisión NHK encargada de llegar a los lugares más devastados, aseguró a Efe que la gran mayoría de los rescates de los que ha sido testigo tenían lugar en zonas de la costa barridas por el tsunami, que multiplicó la fuerza destructora del seísmo.
A estas desgracias se unen las dos explosiones en los recintos que albergan reactores de la central de Fukushima Daiichi, que han elevado la preocupación de una fuga radiactiva en la zona y complica las labores de desescombro en pueblos cercanos como Futaba.
Los periódicos locales llevaban este lunes en sus portadas la imagen de las instalaciones de la planta nuclear expulsando un humo del que nadie se fía aquí.
Algunos dudan de las informaciones que ofrece el Gobierno sobre el estado de la central nuclear o el riesgo de fuga, pese a que la NHK y los expertos no paran de dar detalles sobre la naturaleza del reactor.
La desconfianza es un motivo más de ansiedad para una población que de momento mantiene la calma y espera paciente a que se abran las oficinas, se reanuden las conexiones de tren y vuelvan los servicios básicos.
Los oficiales de policía se encogen de hombros si se les pregunta cuándo se normalizará la situación, mientras en las gasolineras los empleados, que se mantienen en sus puestos para rechazar a los curiosos, ni siquiera saben si hay camiones cisterna de camino.
La incertidumbre es la norma general en una región que desconoce si con los días la situación mejorará o irá a peor, ya que la costa y el radio de seguridad alrededor de la central nuclear son zonas vetadas y las autovías siguen sin abrirse.
Las únicas señales positivas las aportan algunas obras de reparación de infraestructuras, algunos autobuses públicos y el tímido recorrido de un tren de dos vagones por las maltrechas vías de Fukushima.
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